Diarios

 


Me hubiera gustado ser su amigo. Cuando regresé y establecí contacto con compañeras y compañeros nuevos, estudiantes de la universidad en la que me gradué, pensé que podía acercarme y saludar, pero no pude, la sombra del pasado se interponía. No éramos los mismos. Aunque creí haber superado obstáculos de mi personalidad, comprobé que me tensaba si veía a ciertas personas que en el pasado me hicieron sentir tan mal. Era como un puñetazo en toda la cara, por eso, cuando empezamos a estudiar juntos, Noa y yo, evité ir más allá. No diré que no me atraía. Mentiría. Sólo que Noa llevaba consigo relaciones de amistad que me llevaban a un terreno que quería evitar. Era guapa, comunicativa e inteligente. Ir con ella hacía que sintiera la mirada de otras. Era descubrir un nuevo lugar en el mundo. Yo que siempre había sido invisible, de pronto tenía a gente a mi alrededor. Empezaba a ser popular. ¡Qué extraño! Mi hermana siempre había sido el centro de atención. Ahora lo era yo. Sin embargo, no caí en la seducción. Era algo pasajero. Era un brillo prestado por ir con quien iba. Aprendí a valorar las falsas proximidades. Quería un peldaño para acercarse a ellas, a mi hermana que ya era un mito y a Noa. Me replegué. Esquivé a la gente. Me centré en el taller de escritura creativa y mantuve mi soledad.

Soñaba en haber sido otro. Pero sólo era un sueño. Volví a mis diarios. En ellos escribo ésta. Me sentía bien. Mi abuela, mis padres, mis hermanas. Ese era mi mundo. En el segundo cuatrimestre me alejé de Noa. Ya no coincidimos. Habíamos tomado rumbo distinto. A mí me interesaba profundizar en el lenguaje comunicado con las nuevas implementaciones tecnológicas. El lenguaje que completaba la formación previa.

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